Harry Potter y la piedra filosofal |
La puerta fue empujada con tal fuerza que se salió de los goznes y, con un golpe sordo, cayó al suelo. Un hombre gigantesco apareció en el umbral. Su rostro estaba prácticamente oculto por una larga maraña de pelo y una barba desaliñada, pero podían verse sus ojos, que brillaban como escarabajos negros bajo aquella pelambrera. El gigante se abrió paso doblando la cabeza, que rozaba el techo. Se agachó, cogió la puerta y, sin esfuerzo, la volvió a poner en su lugar. El ruido de la tormenta se apagó un poco. Se volvió para mirarlos. —Podríamos preparar té. No ha sido un viaje fácil... Se desparramó en el sofá donde Dudley estaba petrificado de miedo. —Levántate, bola de grasa —dijo el desconocido. Dudley se escapó de allí y corrió a esconderse junto a su madre, que estaba agazapada detrás de tío Vernon. —¡Ah! ¡Aquí está Harry! —dijo el gigante. Harry levantó la vista ante el rostro feroz y peludo, y vio que los ojos negros le sonreían. —La última vez que te vi eras sólo una criatura —dijo el gigante—. Te pareces mucho a tu padre, pero tienes los ojos de tu madre. Tío Vernon dejó escapar un curioso sonido. —¡Le exijo que se vaya enseguida, señor! —dijo—. ¡Esto es allanamiento de morada! —Bah, cierra la boca, Dursley, grandísimo majadero —dijo el gigante. Se estiró, arrebató el rifle a tío Vernon, lo retorció como si fuera de goma y lo arrojó a un rincón de la habitación. Tío Vernon hizo otro ruido extraño, como si hubieran aplastado a un ratón. —De todos modos, Harry —dijo el gigante, dando la espalda a los Dursley—, te deseo un muy feliz cumpleaños. Tengo algo aquí. Tal vez lo he aplastado un poco, pero tiene buen sabor. Del bolsillo interior de su abrigo negro sacó una caja algo aplastada. Harry la abrió con dedos temblorosos. En el interior había un gran pastel de chocolate pegajoso, con «Feliz Cumpleaños, Harry» escrito en verde. Harry miró al gigante. Iba a darle las gracias, pero las palabras se perdieron en su garganta y, en lugar de eso, dijo: —¿Quién es usted? El gigante rió entre dientes. —Es cierto, no me he presentado. Rubeus Hagrid, Guardián de las Llaves y Terrenos de Hogwarts. Extendió una mano gigantesca y sacudió todo el brazo de Harry. —¿Qué tal ese té, entonces? —dijo, frotándose las manos—. Pero no diría que no si tienen algo más fuerte. Sus ojos se clavaron en el hogar apagado, con las bolsas de patatas fritas arrugadas, y dejó escapar una risa despectiva. Se inclinó ante la chimenea. Los demás no podían ver qué estaba haciendo, pero cuando un momento después se dio la vuelta, había un fuego encendido, que inundó de luz toda la húmeda cabaña. Harry sintió que el calor lo cubría como si estuviera metido en un baño caliente. El gigante volvió a sentarse en el sofá, que se hundió bajo su peso, y comenzó a sacar toda clase de cosas de los bolsillos de su abrigo: una cazuela de cobre, un paquete de salchichas, un atizador, una tetera, varias tazas agrietadas y una botella de un líquido color ámbar, de la que tomó un trago antes de empezar a preparar el té. Muy pronto, la cabaña estaba llena del aroma de las salchichas calientes. Nadie dijo una palabra mientras el gigante trabajaba, pero cuando sacó las primeras seis salchichas jugosas y calientes, Dudley comenzó a impacientarse. Tío Vernon dijo en tono cortante: —No toques nada que él te dé, Dudley. El gigante lanzó una risa sombría. —Ese gordo pastel que es su hijo no necesita engordar más, Dursley, no se preocupe. Le sirvió las salchichas a Harry, el cual estaba tan hambriento que pensó que nunca había probado algo tan maravilloso, pero todavía no podía quitarle los ojos de encima al gigante. Por último, como nadie parecía dispuesto a explicar nada, dijo: —Lo siento, pero todavía sigo sin saber quién es usted. El gigante tomó un sorbo de té y se secó la boca con el dorso de la mano. —Llámame Hagrid —contestó—. Todos lo hacen. Y como te dije, soy el guardián de las llaves de Hogwarts. Ya lo sabrás todo sobre Hogwarts, por supuesto. —Pues... yo no... —dijo Harry Hagrid parecía impresionado. —Lo lamento —dijo rápidamente Harry. —¿Lo lamento? —preguntó Hagrid, volviéndose a mirar a los Dursley, que retrocedieron hasta quedar ocultos por las sombras—. ¡Ellos son los que tienen que disculparse! Sabía que no estabas recibiendo las cartas, pero nunca pensé que no supieras nada de Hogwarts. ¿Nunca te preguntaste dónde lo habían aprendido todo tus padres? —¿El qué? —preguntó Harry —¿EL QUÉ? —bramó Hagrid—. ¡Espera un segundo! Se puso de pie de un salto. En su furia parecía llenar toda la habitación. Los Dursley estaban agazapados contra la pared. —¿Me van a decir —rugió a los Dursley— que este muchacho, ¡este muchacho!, no sabe nada... sobre NADA? Harry pensó que aquello iba demasiado lejos. Después de todo, había ido al colegio y sus notas no eran tan malas. —Yo sé algunas cosas —dijo—. Puedo hacer cuentas y todo eso. Pero Hagrid simplemente agitó la mano. —Me refiero a nuestro mundo Tu mundo. Mi mundo. El mundo de tus padres. —¿Qué mundo? Hagrid lo miró como si fuera a estallar. —¡DURSLEY! —bramó. Tío Vernon, que estaba muy pálido, susurró algo que sonaba como mimblewimble. Hagrid, enfurecido, contempló a Harry. —Pero tú tienes que saber algo sobre tu madre y tu padre —dijo—. Quiero decir, ellos son famosos. Tú eres famoso. —¿Cómo? ¿Mi madre y mi padre... eran famosos? ¿En serio? —No sabías... no sabías... —Hagrid se pasó los dedos por el pelo, clavándole una mirada de asombro—. ¿De verdad no sabes lo que ellos eran? —dijo por último. De pronto, tío Vernon recuperó la voz. —¡Deténgase! —ordenó—. ¡Deténgase ahora mismo, señor! ¡Le prohíbo que le diga nada al muchacho! Un hombre más valiente que Vernon Dursley se habría acobardado ante la mirada furiosa que le dirigió Hagrid. Cuando éste habló, temblaba de rabia. —¿No se lo ha dicho? ¿No le ha hablado sobre el contenido de la carta que Dumbledore le dejó? ¡Yo estaba allí! ¡Vi que Dumbledore la dejaba, Dursley! ¿Y se la ha ocultado durante todos estos años? —¿Qué es lo que me han ocultado? —dijo Harry en tono anhelante. —¡DETÉNGASE! ¡SE LO PROHÍBO! —rugió tío Vernon aterrado. Tía Petunia dejó escapar un gemido de horror. —Voy a romperles la cabeza —dijo Hagrid—. Harry debes saber que eres un mago. Se produjo un silencio en la cabaña. Sólo podía oírse el mar y el silbido del viento. |